Las escritoras de Al Ándalus que nunca estudiaste
Fuente: http://lapoderio.com/2019/10/25/escritoras-al-andalus/
Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Antonio Manuel./ @antoniomanuel__
Cuando te enteraste de lo mucho que te quiero
y supiste el lugar que ocupas en mi corazón,
y cómo me dejaba arrastrar por el amor, sumiso,
Yo, que a nadie más que a ti consentí que me arrastrara,
Te alegraste de que el sufrimiento cubriera mi cuerpo
y de que el insomnio pintara de negro mis párpados.
Pasa tus miradas por las líneas de mis cartas
y verás mis lágrimas mezcladas con la tinta.
Cariño mío: mi corazón se deshace
De quejarse tanto a un corazón de pura piedra. Wallada bint al Mustakfi
y supiste el lugar que ocupas en mi corazón,
y cómo me dejaba arrastrar por el amor, sumiso,
Yo, que a nadie más que a ti consentí que me arrastrara,
Te alegraste de que el sufrimiento cubriera mi cuerpo
y de que el insomnio pintara de negro mis párpados.
Pasa tus miradas por las líneas de mis cartas
y verás mis lágrimas mezcladas con la tinta.
Cariño mío: mi corazón se deshace
De quejarse tanto a un corazón de pura piedra. Wallada bint al Mustakfi
Hay un desván en el olvido donde la oscuridad
es más oscura que las alas de los cuervos. Un agujero negro en la
memoria donde no alcanza la luz porque alguien cerró la puerta al
recuerdo. Una cueva en el corazón donde se confinó el dolor por la ausencia de las mujeres en los libros de historia. Pues
muy lejos de allí, en el rincón más desatento y profundo de ese desván
que casi nadie conoce, todavía esperan las mujeres de Al Ándalus a que
abran la puerta.
De niño soñaba con ser escritor. En verdad,
todavía lo sueño para sentirme niño. Apenas tenía ocho años y ya mataba
las tardes mal juntando letras en el patio de mi abuela, rodeado de
macetas y paredes encaladas, de aromas y colores, siempre limpio y
fresco, utilizando como plantilla “Las moradas” de Teresa de Jesús,
escritas cuando aún era maldita y no santa. Sobra decir que no alcanzaba
a entender un átomo de la trascendencia espiritual que contenían sus
embriagadas palabras. Me limitaba a copiarlas cambiando algunas con la
misma ignorancia de quien sustituye una epigrafía de la Alhambra por un
azulejo de su cuarto de baño.
Con el tiempo, leyendo a Luce López-Baralt, aprendí que la mística cristiana que persiguió la Inquisición bebía del mismo manantial que el sufismo islámico que persiguieron los ulemas.
Todos los fundamentalismos carecen de fundamento. Y todos, sin
excepción, confunden el amor propio con el odio ajeno. ¡Cómo no iban a
perseguir los que rechazan al otro por distinto a quienes veneramos al
amante en cualquiera de sus manifestaciones y formas!
Tampoco supe darme cuenta entonces que los
protagonistas de mis libros escolares de literatura eran abrumadoramente
hombres que escribían en castellano. Aun así, en un gesto de rebeldía
inconsciente, tomé como referencia para aquellos poemas
infantiles a la primera mujer que aparecía en sus páginas con nombre
propio: “La flamenquísima y enduendada santa Teresa de Jesús”,
como la describía Federico García Lorca, “flamenca no por atar un toro
furioso y darle tres magníficos pases, que lo hizo, ni por presumir de
guapa delante del pobre fray Juan de la Miseria, ni por darle una
bofetada al nuncio de Su Santidad, sino por ser de las pocas criaturas
cuyo duende la traspasa con un dardo, queriendo matarla de puro amor por
haberle quitado su último secreto expresivo: el puente que une los
cinco sentidos con ese centro en carne viva, en mar vivo, del Amor vivo
libertado del Tiempo”.
El mismo centro al que siguieron cantando durante siglos otras mujeres como la Serneta o la Niña de los Peines,
igual de extasiadas y Flamencas, demostrando que aquellos versos de
plata y vino que hilvanaban los corazones del Amante y del Amado
pertenecían a las gargantas de todas las mujeres que desafiaron al
olvido. Consideradas como analfabetas para los estúpidos ilustrados que
confunden conocimiento con erudición, pero cultísimas para el pueblo que
custodia el saber y el sentir en las bibliotecas de la sangre y del
alma.
A menos que me falle la memoria, no recuerdo
otro nombre de escritora que le precediera. Pero las hubo. Desterradas
de los libros de historia por la misma razón que intentaron extrañarlas
de la tierra donde parieron a sus hijas y nacieron de sus madres.
Condenadas al ostracismo por ser mujeres, con el agravante añadido de no
ser hijas legítimas de la conquista. Malditas por gitanas, por negras, por esclavas, por marranas, por moriscas, por herejes, por distintas.
Y extranjerizadas en su propia matria por haber cometido el delito de
rezar a un dios equivocado y escribir en una lengua equivocada. A pesar
de todos los esfuerzos del poder patriarcal del nacionalcatolicismo por
enterrarlas en el desván más oscuro del olvido, se salvaron gracias a la luz de sus poemas.
Al igual que ahora, no hubo una mujer en Al
Ándalus. La diversidad étnica, religiosa, jurídica, social o cultural
nos impide esbozar un modelo único de la condición femenina andalusí.
Además de las diferencias lógicas en cada momento histórico durante su
vigencia política, existieron tantas mujeres en Al Ándalus como
nativas conversas, mozárabes, judías, ricas y pobres, esclavas y libres,
esposas y concubinas, santonas y paganas, de las ciudades y de las
alquerías, negras, blancas o bronces. Y cada una distinta de
las demás con su universo dentro. A diferencia del resto de la Europa
medieval, con todos los reparos ciertos que podamos hacer a la sociedad
patriarcal y a la carencia de una verdadera emancipación, en Al Ándalus
existieron mujeres sabias, maestras de maestros, escritoras, médicas o
astrónomas. Aunque se contaron por miles, desgraciadamente, las escasas
fuentes clásicas que nos quedan sólo constatan 116, de las cuales 35
eran poetas que nos legaron poco más de cien poemas. Sé que es ridículo
para la enorme aportación vital y cultural de las mujeres andalusíes.
Pero constituye un oasis luminoso en el océano de sombras de la mujer
medieval europea. Y lamentable, incomprensible y vergonzantemente
desconocido en España y Andalucía.
Quizás las más nombradas sean Rumaykiya,
esclava del rey de Sevilla al Mutamid, que tras enamorarse perdidamente
de ella en Silves la hizo su esposa legítima con el nombre de Itimad,
hasta su muerte en el destierro de Agmat. Blas Infante descubrió sus
tumbas y les dedicó una obra de teatro que prohibieron representar en
los años 20 por “islamista”, reparándose la herida hace apenas unos
años. O la cordobesa Wallada, amante de sus amantes, inaccesible y
libre, de la que mi amiga del alma Matilde Cabello escribiera una
bellísima novela. Si de Wallada sólo conservamos nueve poemas, pocos más han llegado a nuestros días de Sara al Halabiyya y Hafsa al Rakuniya.
Salvo el maravilloso caso de la recitadora de versos analfabeta de
Vélez al Ballisiyya, la mayoría de nuestras poetas fueron mujeres hurras o
libres que accedieron a las fuentes del saber y de la literatura por su
pertenencia a familias nobles de hombres acaudalados, juristas o
incluso de la propia corte, como las princesas Tamina, Umn al Kiram,
Butayna o la misma Wallada. Por esa razón, no debiera sorprendernos que
la temática de sus poemas estuviera más cerca del panegírico político
que del canto a Dios o al amado. Dicho esto, siempre me emociona
reivindicar que los versos de Hassana contra una injusticia perpetrada
por el gobernador de Elvira ejercieron de altavoz del pueblo.
Pero sus cotas más elevadas y revolucionarias
las encontramos en los poemas sobre los celos hacia otras mujeres
libres o esclavas; a las borracheras de amor y vino con sus amantes,
fueran hombres o mujeres; a sus cartas de reproches y odios; a las
sátiras contra los desprecios recibidos y a las fajr o
autoalabanzas por los desprecios propios; a los versos en los que
describen al detalle actos sexuales en plena madrugada… Nada de esto se
estudia en nuestros libros de texto donde casi nada se estudia de Al
Ándalus. El doble silencio sobre unas mujeres que hicieron historia nos exige redoblar nuestras voces para que vuelvan a ser admiradas.
Algún día se estudiará en Andalucía con naturalidad y como nuestros “El
collar de la paloma” de a Ibn Hazm o “Fuente de Vida” de Ben Gabirol. Y
ese día con el que sueño, espero que ocurra lo mismo con los poemas de
Wallada o con los de su discípula Muhya Bint at-Tayyaní, hija de un
vendedor de fruta, que entre la admiración y el odio escribió estos
versos sobre su maestra, ejemplo de una luz y de una libertad sin
parangón en la Europa medieval:
Wallada ha dado a luz y no tiene marido,
se ha desvelado el secreto,
ha imitado a María
mas la palmera que la virgen sacudiera
para Wallada es un pene erecto.
se ha desvelado el secreto,
ha imitado a María
mas la palmera que la virgen sacudiera
para Wallada es un pene erecto.
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